12.1.10

Muerto en Vida

Cayó en la cama como un plomo tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Sin encontrar la herida que acababa de abrirse en su interior. Hacía unos minutos se despertó sintiendo la presencia de alguien en su cuarto, y entre las penumbras contempló la silueta de su verdugo; sentado junto a su cama, blandiendo su cuchillo que, por algunos movimientos, reflejaba la luz de una farola que entraba por la ventana. Preguntó quién era, sin obtener respuesta. Preguntó qué quería, obteniendo el mismo silencio.
Alcanzó a esquivar la primer embestida del cuchillo y se incorporó dispuesto a pelear entre una mezcla de asombro, miedo e instinto. Esquivó una vez más el ataque y logró agarrar el brazo de su agresor, trayendolo hacia si y descubriendo su rostro a la luz. Inmediatamente lo soltó y retrocedió sin dar crédito a lo que sus ojos veían; el rostro de su verdugo, de quien intentaba asesinarle, de quien se ocultaba en la penumbra y el silencio de la noche, era el suyo. Era él mismo quién buscaba dañarse anónimamente.
En ese momento, ya descubierto, el insólito visitante pronunció sus primeras palabras, aclarando quién era realmente; sus miedos más grandes convertidos en carne, todo aquello que no quería ser se le presentaba ante sus ojos empuñando un cuchillo dispuesto a arrancar una parte de su ser, un pedazo de su alma.
En comparación, éste personaje presentaba un rostro triste, daba la sensación de soledad, de melancolía y desidia. Sus ojos eran opacos, como quien no tiene esperanza de ver el sol o, peor aún, como de quién desea no verlo. Sus labios secos como si nunca abriera la boca para sonreír.
Entre el asombro y lo inentendible de la situación sintió el acero entrar a través de su pecho, sin tiempo a esquivar la mano que empujaba hasta el fondo de su ser, pasando por el pulmón, partiendo el corazón al medio y ensartando el alma justo a la mitad.
Volvió al momento en donde caía sobre la cama, sin herida en su pecho pero con la sensación de vacio recorriendo todo su cuerpo por dentro. Entendiendo que había pérdido una batalla contra su propia voluntad y que, a partir de ese momento, pasaba a ser completamente todo lo que no quiso, todo lo que ese "alter ego" representaba. Que, a partir de esa noche, su fuerza, su ilusión y su esperanza habían desaparecido dando lugar al ganador de la batalla: La tristeza.

Comprendió finalmente, que esa era la última batalla de una guerra que comenzó mucho tiempo antes y en la que fué perdiendo terreno cada día. Sintió así como se había convertido, casi sin luchar, en un muerto en vida.